lunes, 21 de mayo de 2012

al arca

Los seres humanos tenemos competencias buenas y malas. Por eso necesitamos pagar el precio de jugar en este baile de neurosis. Poder disfrutar de las maravillas que el principio de placer ofrece tiene sus consecuencias. Así pues, no podemos seguir echando la culpa de cualquier suceso a la serpiente del paraíso, porque todos hemos comido del fruto del conocimiento del bien y del mal, y, sabemos cual es más delicioso pero también intuimos cual es más sano.

Hemos desarrollado una alergia al autoritarismo y seguramente con motivo. Pero, a la vez, nos hemos apoltronado en una silla a la solana a la espera de que llegue la tormenta que ahí arriba se está cocinando.  Empieza a chispear y eso que llamamos calabobos hace que algunos se tengan que cambiar el chubasquero pero son los menos los que se plantean abrir el paraguas. Entre pocas agujas de tejer se ven ya ovejas irlandesas, y, lo que es peor, nos hemos acostumbrado a la lana de la gran muralla.

Nos hemos quedado pegados a un estado larval y da pena, porque tenemos potencial suficiente para llegar a ser mariposas. Se aproxima un diluvio universal, una catarsis que nos va a obligar a ampliar nuestras fronteras y llegar a rincones desconocidos, cajas negras, espacios sin música. Ya que, desde luego, toda esta orquesta sin receso que nos ha envuelto hasta ahora nos ha dado irremediablemente la bienvenida a un sistema de producción sin alma. Ha llegado el fin del enfoque de desarrollo humano y ha sido sobre todo por no haber sabido torearlo, porque hemos rendido culto a Baco reiteradamente además de acabar por confundir el amor propio con el egoísmo.

Necesitamos determinar una conciencia de juego justo y elegir que tipo de espíritu nos ha de dictar el día a día. Los animales viven en una cultura autárquica, un gobierno en el que cada individuo se marca a diario sus normas morales, políticas y sociales obedeciendo únicamente a su divinidad. Nosotros ineludiblemente tendremos pautas externas, y muchas. Pero basta con plantearnos una educación en esa multidimensionalidad del ser humano para saber ser lo suficientemente virtuosos en el mañana. Creo que la autocrítica es el primer paso para salir de esta vorágine de desaveniencias.  No se trata de abandonar el jolgorio, dios me libre, es sin más limitar su uso, ajustarlo a la rutina comedidamente y, sobre todo, combinarlo con ese forastero don de saber trabajar hasta sudar.

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